miércoles, 11 de febrero de 2015

Paranoia.


Ese día despertó más temprano que nunca. 

No quería levantarse, pero debía hacerlo. 
Miraba hacia el ventanal, tratando de volver el asunto cada vez más lento, hasta que estiró una pierna, luego la otra y se levantó de la cama. 
Estaba muy dormida. Es por eso que quizás no se había percatado que su pie se había pinchado con un vidrio. Eso le molestó tanto. Ella no deseaba comenzar su día de esa manera. 
Molesta, se puso sus pantuflas favoritas (esas que escondía de todas las visitas, porque eran muy ridículas) y salió de la habitación. 
Acomodó su cabello y se quedó viendo el piso del pasillo. 
Vidrios. Muchos vidrios. Por todas partes.

Ella se quedó estupefacta. ¿De dónde había salido todo eso? 

Retrocedió su mente hasta el día anterior. ¿Algo estaba roto en la casa? 

No. Ella vivía sola y nada se le había roto en esos días. 

Se asustó mucho. Comenzó a sentirse paranoica. Quiso ir a la cocina a buscar un cuchillo pero, claro, la cocina también estaba repleta de vidrios. 

Corrió por toda la casa. No podía creer lo que veía. Muchos vidrios, de todos colores y formas.
 
Pellizcó su piel. ¿Estaba soñando?

No, ella estaba despierta. Muy despierta. 

Sentía la sangre corriendo por su cuerpo, sus venas. Nunca había sentido tanto miedo e intriga. 
¿Qué era lo que pasaba?

Quiso usar el teléfono, pero estaba lleno de vidrios
Quiso escapar,pero luego pensó que esa no sería la solución. 
Quiso tirarse en el piso y llorar, pero se le incrustarían vidrios de esa manera también.

Desesperada, fue hasta el baño y quiso lavarse la cara, a modo de olvidarse del asunto. 
Lo que sucedió la dejó atónita. 

Vidrios saliendo de la canilla, como si fueran agua. 

Ella gritó muy fuerte, corrió otra vez. Estaba muy alterada. 

La cocina parecía tentadora otra vez. Decidió comer algo, antes de seguir develando el misterio de los vidrios. 

Pero claro, abrió su heladera para encontrar toda su comida llena de vidrios.
 La cerró dando un estruendo, temblando. Estaba perdida, confundida. 

Por último, volvió a su habitación. 
Resignada, se tiró en la cama, rogando que nadie toque la puerta. Ni siquiera quería atender el teléfono. 

Apoyó su cabeza en la almohada, y sintió algo que la incomodaba. 

No era un vidrio, era un papel. 

Éste decía: 

Hola, soy yo. Se me ocurrió hacerte este regalo para que aprendas y veas lo que hiciste con tu vida, hasta este punto. Los vidrios que encontraste son los corazones que partiste. Hice una reunión y junté a todas las personas a las que nos hiciste daño. No nos podíamos quedar de brazos cruzados. Espero que cuando se te ocurra juntar todos los vidrios (o nuestros corazones, mejor dicho), te mueras de dolor. ¿Todo vuelve, has visto? Que lo disfrutes. 



F.

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